El Racismo o la diferencia insoportable
Hay una frase de William Shakespeare que llamó mi atención especialmente y que dice «De lo incurable mejor olvidarse», es una afirmación impactante para todos aquellos que, interesados en abordar los límites de lo curable y lo incurable, nos preguntamos en el terreno de lo psíquico, hasta dónde estos límites existen verdaderamente y en el caso de que la respuesta fuera afirmativa, de qué habría que olvidarse, de aquello que no tiene cura o del sujeto que es quien al final padece? Pensando así, me pregunto si el racismo tiene algo que permita considerarlo como intrínseco al ser humano. Miguel de Cervantes decía en el prólogo de su obra póstuma, que en la proximidad del fin las ansias crecen, las fuerzas menguan, pero el deseo se mantiene, el deseo de vivir, el mismo que impulsa a tantos emigrantes a dejar atrás sus fronteras en busca de un futuro mejor.
Así encontramos un primer «incurable», el deseo, lo que no deja de insistir, que no `podemos evitar (salvo al precio de la muerte), para bien o para mal no podemos «curarnos» del deseo.
Racismo: Doctrina que sostiene la superioridad de una raza sobre las demás. Históricamente podría explicarse como una secuela del imperialismo, el neocolonialismo y el choque de Europa con el Tercer Mundo. Aquí se sostiene la incongruencia de que alguna raza pueda ser geneticamente mejor que las demás.
Xenofobia: Odio, repugnancia, hostilidad a los extranjeros. Aquí lo que no se tolera es que el otro sea diferente de mi.
Si bien la raíz xeno quiere decir extraño, es curioso que xenós signifique huésped, algo así como tener al extranjero en la propia casa. Esta nota sospechosa de la extranjeridad que podría alterar el orden establecido es indispensable. La xenofobia requiere que el extraño sea huésped, esté dentro, pueda quitar el trabajo a los nativos, amenace a sus mujeres e hijos, contamine con su cultura, en definitiva con una manera diferente de ser.
No habría racismo sin lenguaje, sin discurso. Si bien el lenguaje nos permite comunicarnos, es también paradójicamente, permanente fuente de equivoco, malos entendidos y desencuentros. El lenguaje es un sistema de símbolos, las palabras representan lo que cada quien considere según sus propias experiencias, su forma de pensar. Las palabras con las que nos comunicamos representan las cosas, pero no lo son. No es posible llegar a la misma esencia de las cosas, nos acercamos únicamente a un símbolo que la representa y que para cada uno tiene un significado diferente.
El desarrollo evolutivo de la sociedad la llevó a la creación de sistemas de símbolos con los que comunicarse y sin saberlo a la división de nuestra mente en una parte consciente y otra inconsciente. Se inaugura así, la misma distancia insalvable entre lo que decimos conscientemente y lo que el sujeto inconsciente ( y sin que el mismo lo sepa), quiere realmente decir. Es esta la misma distancia que existe entre el símbolo y la cosa (Das ding para Lacan). El sujeto no reconoce esa parte de su mente, es como si fuera «otro». Así el propio inconsciente del sujeto se convierte en el primer extranjero y en el más radical de todos, frente al que se levantan todas las defensas.
Arribamos a una primer conclusión; quien cree en el inconsciente difícilmente sea racista. El racismo implica un rechazo, un no querer saber del inconsciente, un no querer saber sobre esa parte de nosotros mismos que nos resulta oscura y amenazadora, por desconocida y diferente, como los extranjeros, con los cuales comparte algo más, estar dentro!
En septiembre de 1932 Freud responde una carta a Einstein en la que se posiciona sobre el tema de la guerra y el destino de la Humanidad. Con la sencillez que caracterizó siempre la obra del sabio austriaco, se muestra claramente desesperanzado con respecto a «curar» a los hombres de los instintos agresivos y de destrucción. Será la guerra otro de los incurables de la Humanidad? Y dice Freud, al principio fue la mayor fuerza física la que decidía a quien pertenecía algo, o la voluntad de quien se debía obedecer. Tiempo después, el empleo de herramientas fue reemplazando paulatinamente a la fuerza bruta imponiéndose así quienes tenían mejores armas. La superioridad intelectual comenzaba a reemplazar al imperio de la fuerza. Sin embargo en algún momento en el curso de la evolución, algún camino condujo del uso de la fuerza al derecho. Este camino sería según Freud el que lleva a reconocer que la mayor fuerza de un individuo puede ser compensada por la asociación de varios débiles y este es un gran paso, ya no es la voluntad, el poder de uno. el que se impone a los demás, sino el poder del grupo. Para ello deben cumplir una condición imprescindible, y es que el grupo permanezca unido, debe organizarse y crear leyes para protegerse de las amenazas exteriores. Cuando los miembros de un clan humano reconocen esta comunidad de intereses aparecen entre ellos vínculos afectivos y sentimientos gregarios que fundamentan su verdadero poderío.
De las palabras de Freud surge una segunda conclusión; la integración conlleva en si misma, la segregación, en tanto el extranjero se convierte en una amenaza real, en algunos casos, e imaginaria en la mayoría. Pese a todo el racismo no implica un problema de agresividad aunque pueda llevar a la violencia. Sigue la lógica del todo. Todos los blancos/todos los negros, todos los cristianos/todos los judíos, una lógica que todo lo unifica, donde todos son iguales y esto ya nos adentra en el problema de la diferencia, que es precisamente lo que no puede soportar el racista. Por el contrario, lo social es múltiple, variado y esa pluralidad choca con lo particular de cada persona.
No hay nada más profundamente extranjero que la propia interioridad. El inconsciente, es para cada sujeto, un territorio desconocido y es generalmente rechazado como si de otro se tratara. Así la diferencia se presenta como un obstáculo a los ideales de homogeneidad y pone en evidencia que más allá de los intentos unificadores, cada uno se sostiene desde su propia manera de disfrutar de la vida (desde lo que le gusta y desea), y eso es algo a lo que nadie está dispuesto a renunciar en beneficio de la comunidad. La diferencia consiste en que cada quien encuentra satisfacción a su manera, disfruta de una forma de hablar, de pensar, de sus comidas, su música, sus tradiciones. Por lo expuesto, cuantas más dificultades para acceder a la propia satisfacción, más insoportable la satisfacción del otro encarnada en la diferencia. Esto para mucha gente se convierte en intolerable porque aspiran a ser los poseedores de todo el goce, idealizan su forma de gozar y ven al otro no como un semejante, sino como diferente. El racista pretende tener todo el goce, justificándose al creerlo bueno, necesario, moral… lo hace para salvar su propio ideal que al fin y al cabo no es otro que, la verdad es suya y la razón le asiste.
Aceptar que hay formas de vivir distintas, otros gustos, es también aceptar nuestras propias limitaciones, nuestros fallos, que no lo sabemos todo y que nuestra verdad no es la única,
Finalmente otra forma de abordar la diferencia es desde el exotismo, mucho mas rica, tolerante y original. En lugar de generar rechazo, el diferente da pié a la fascinación. Así el interés por lo exótico nombra lo que se adopta de afuera, mientras la xenofobia nombra lo que se teme. Quien se fascina busca y valora la diferencia.
El Psicoanálisis nunca podrá ser racista o xenófobo ya que trabaja precisamente en contra de la uniformidad. En la clínica se trabaja caso por caso y en cada caso el psicoanálisis es revisado, cuestionado y refundado con cada sujeto, trabajando para permitir la particularidad del deseo de cada quien.