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Y el tiempo fue, con el big bang se puso en marcha, sin testigos. En el principio no fue la luz, (el símbolo magnificente de la obra creadora)

más bien al contrario, la oscuridad absoluta del espacio vacío. Durante miles de millones de años el tiempo no tuvo conciencia de sí, simplemente transcurría dando origen a miriadas de estrellas que se agruparon en galaxias, cúmulos y supercúmulos, a planetas y sus lunas, asteroides, cometas, meteoritos y una larga lista de objetos cósmicos. Tuvieron que pasar aproximadamente 13.700 millones de años para que un mono puesto en pie, recientemente, decidiera parcelarlo a su antojo.

Y se hicieron los años y los meses y las horas…. y los siglos, medidas que los hombres aceptaron con la razonable argumentación de su necesidad, para que las personas coincidieran en las esquinas o en la puerta de los teatros, para determinar que se puede hacer y que no, en función de los años transcurridos desde el momento en que se produjera el nacimiento o la defunción, para abrir y cerrar las grises ventanillas de tristes oficinas, para que coincidan en el patíbulo víctima y verdugo, para considerar a un pobre, viejo y a un rico, maduro y experimentado.

Como si de una fórmula matemática se tratase la aplicó el hombre y se sintió feliz determinando cuánto hace desde que…. o cuándo se descubrió el…. o a qué hora quedamos… pero aunque la deriva de nuestra evolución hiciera imprescindible la ordenación del tiempo, habrá que reconocer que resulta muy útil a la falsa sensación humana de tener la vida bajo control. Homo Sapiens el animal que ríe, que adora dioses, que dibuja y crea aquello que no existe en la naturaleza…. también puede dominar el tiempo, sujetarlo, congelarlo.

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