Desde que el intelecto se hizo verbo, existe aquello que los hombres han significado como “lo bueno”. Cada uno desde sí mismo ha creído vislumbrar en el horror, la esperanza de un gesto diferente, un destello de luz frente al caos. Tiene sentido que dicho caos continúe invariable cuando el origen solo tiene un instante de antigüedad. Aceptando la existencia de “lo bueno”, se presentan a mi mente tres desafiantes preguntas. Qué es, Quién lo determina y Cuánto hay. Aunque trato de demorar un curso que precipita al desastre, las respuestas raudas no me lo permiten.
Son breves cortas y lapidarias, tengo que oírlas. No sé que es “lo bueno” y si lo supiera solo sería desde mí y para mí y no valdría para nadie más. En tanto el significante “lo bueno” es significado por un sujeto, sólo vale para éste, lo cual condena a conformarse con “lo bueno”, ante la imposibilidad de LO BUENO. Al igual que la segunda, la tercer pregunta queda sin sentido ante la respuesta que recibe la primera, no obstante si el significante fuera objeto de medida como los datos de la ciencia, “lo bueno” sería un bien escaso. Y no es que lo diga yo, sí lo digo yo. Es que se trata de la interpretación lógica (la mía), de lo que la realidad (la mía) me demuestra. Lo bueno es lo excepcional, aquello que hay que resaltar. Lo que aún ocurriendo a diario no pasa, en su peso específico, del protagonismo que tiene un átomo frente al elefante entero. Lo único positivo que de esto se desprende, si fuera traspolable el símil, es que el átomo no necesita al elefante lo cual ocurre a la inversa. No sé lo que es bueno para los otros ni para el Otro, tengo la fantasía de saber lo que es bueno para mí, que además no sé quién soy y por lo tanto dónde encontrarme para sacar provecho de tal conocimiento.
Perdido como el turco en la neblina supongo la existencia del mal como antítesis necesaria del bien. Dudas no habrá en que el mal como significante, es lo que se opone al bien, pero también lo que le otorga su razón de ser. Qué sentido tendría nombrar la luz si no fuera necesario distinguirla de la oscuridad, qué describiría la noche sin la experiencia cotidiana de su devenir en día y aún sin saber si caín y abel existen ni para quien y en el sin sentido de esta búsqueda, me enfrento sin cota de malla a la pregunta por su valedor, última estación donde hace una breve parada el tren de mi discurso.
Quien determina “lo bueno” no lo sé, pero entre las tinieblas que rodean al susodicho otomano pueden vislumbrarse algunas siluetas.
El Otro social, el Gran Hermano del Poder, nos dice que lo bueno es el consumo de objetos, brillantes como falos e innecesarios como los omnipresentes retratos de Ben Alí por todo Túnez, imagino muchos de ellos caídos, pisoteados, enterrados….
Ese Otro con mayúsculas que sabe llenar nuestros cuerpos, llenar nuestras casas, llenar nuestras vidas de objetos fálicos que nos proporcionarán la felicidad inmediata, nos llenarán, nos completarán, nos darán el ser…. me dirán por fin quien soy.
“Lo bueno” para el Amo es que los esclavos consumamos prensa rosa, televisión basura, fútbol (como opiáceo), declaraciones y discursos de políticos corruptos, perversas democracias, ídolos que crecen con el alba para derramarse en informes charcos de inmundicia con cada anochecer. El Sistema sabe lo que es bueno para ti, la fragancia que convierte tu libido en poderoso imán que atraiga como limaduras de hierro las presas sexuales que te rodean, el vehículo de contaminación que resalte tu temperamento, que aunque fabricado en serie te haga especial. El Sistema conoce tu deseo y lo puede satisfacer mediante trozos de papel de colores y tamaños diversos con números que representan (conforme a su abundancia o su ausencia), simbólicamente la holgura y el hambre, el desahucio o la bienvenida, el gesto servil
y el desprecio, la vida o la muerte.
Así “lo bueno” se convierte en una entelequia inexistente como Universal
que en caso de existir sería escasa, al menos en estos tiempos, un ave raris que el ser humano como el mayor depredador conocido, haría desaparecer antes de constatar su existencia.
Oculto “lo bueno” tras “lo malo” solo nos queda la Utopía para guarecer nuestros huesos, quebradizos ya de tanto choque con la realidad, la mía claro!