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Lo insoportable de la diferencia o el fracaso de la identificación….

El ser humano viene al mundo condenado a ser libre, a elegir, no tiene garantías de «ser», ni siquiera tiene garantizada  su identidad sexual. Debe construir su personalidad con la indispensable intervención de los demás, depende de ellos, está neurológicamente inmaduro y no tiene el «don» que le permitirá ocupar un lugar de sujeto,     la palabra.

En un escrito reciente  «La diferencia insoportable», http://claudioacosta.net/la-diferencia-insoportable/, abordé el problema del racismo y la xenofobia, pero si la diferencia se vuelve insoportable para muchos sujetos y propicia estas conductas de rechazo, es por algo, veamos.

Todo el esfuerzo del psicoanálisis, el recorrido de un análisis debe permitir la caída de las identificaciones. Este concepto de identificación poco tiene que ver con la idea de imitación o de llegar a ser idéntico, que se le suele adjudicar en el discurso social. Hablamos de algo que va más allá del simple parecerse aunque utilicemos el verbo también en su forma transitiva  «identificarse» pero en esta forma de identificación hay una búsqueda, una pretensión de alcanzar «el ser», la completud, la perfección, que nada falte. Es necesario identificarme a mi semejante para aprender a ser un ser humano pero también es imprescindible, que el sujeto sea capaz de diferenciarse para no quedar capturado por el otro.

De las partes al todo conjuntado

De entre las diferentes especies, la humana, es la más compleja, pero también la más limitada al nacer. El sistema nervioso está inacabado, inmaduro y muchas de sus funciones solo serán alcanzadas o perfeccionadas con un desarrollo posterior. No existe una coordinación motriz fina, ni siquiera una imagen de si mismo integrada, por el contrario la imagen del propio cuerpo se halla fragmentada e inconexa. Los niños no nacen con un esquema corporal. No reconocen sus propios límites. Su cuerpo será en el principio una prolongación indefinida del cuerpo de la madre.

El cuerpo es un concepto psíquico que no coincide (a veces nada, anorexia) con el organismo biológico. El cuerpo es la consecuencia de la acción del significante, del mundo simbólico, del lenguaje, en definitiva de la palabra, sobre ese ente biológico.

A partir de los seis meses aproximadamente comienza un proceso de separación del mundo circundante con el que hasta aquí, componía un todo de imprecisos contornos. Comenzará la adquisición de una imagen unificada del cuerpo que desembocará en la constitución de su Yo, pero y aquí está la clave este proceso, no se produce sin el otro, no es por si mismo sino por identificación con otro.

A través del Otro

El niño debe identificarse a la imagen unificada de un adulto (generalmente el que encarna la función o rol materno) para poder completar la propia. Es necesario que el semejante del que antes era una continuación, le devuelva especularmente, la imagen de un cuerpo entero para que el pequeño pueda por identificación unir los trozos del suyo, verlo como una totalidad y ponerle límites.  La imagen unificada de si mismo se alcanza tras un proceso de identificaciones que alienan al sujeto a un Otro. El niño muy pronto se da cuenta de que él es el centro de los desvel0s y atenciones de la madre, que movida por su amor coloca al hijo en el centro de su deseo como si pudiera colmarlo. Por otro lado el niño desarrolla la pretensión de ser ese objeto que satisfaga el deseo materno, quiere serlo todo para su madre. Para ello debe identificarse a ese lugar para ocuparlo. El deseo surge así en los seres humanos como deseo del deseo del Otro. Sin embargo en esta lucha hay una cierta pérdida subjetiva. La personalidad se irá constituyendo en este juego de identificaciones y desidentificaciones, de alienación y separación.

El Otro primordial

El infans al nacer es puro grito, no hay palabras solo su llanto, su risa, su queja, Esto es lo que orientará al adulto sobre aquello que le ocurre para así poder entender. Ese Otro primordial, acertando más o menos, llegando antes o demasiado tarde, agobiando o mostrándose ausente, será quien determine la relación del pequeño con su entorno simbólico. Una madre puede justificar el hecho de abrigar al niño con un simple «hoy yo siento más frío que ayer» o ante su llanto o queja atiborrarlo de comida (siguiendo su propio deseo) dando origen a un futuro obeso o como compensación a un anoréxico. A partir de aquí el niño, se irá acercando y alejando de padres, hermanos, maestros, ídolos de adolescencia, incluso de su propio Ideal (introyección de los ideales familiares y sociales). Con el tiempo se identificará a frases o palabras que marcan  su vida (significantes amos como «no vales nada» «debes triunfar y ganar dinero» o «si no eres madre no serás una mujer completa», se identificará a síntomas que incluso podrán repercutir en el cuerpo la verdad del sujeto.

Si la identificación es necesaria para convertir una cría de la especie humana en un ser humano, en una persona, por qué acarrea tantos problemas, por qué es tan difícil dejar de repetir? Al apegarse al Otro (alienarse) se produce un empobrecimiento del propio sujeto. Además toda identificación está condenada a fallar en tanto lo que se pretende, no es solo, imitar al semejante para aprender, sino captar algo más allá que tiene que ver con el ser y con la completud, o sea con algo imposible. No hay un lugar seguro al que ir en materia de identificación, para aprender a ser, dónde preguntar qué es ser hombre o mujer, cómo ser madre o padre.

Somos imperfectos, incompletos y a pesar de la identificación, lo seguimos siendo, esto es duro de asimilar, por eso y para algunos, la diferencia se vuelve algo tan insoportable, que su mayor intransigencia la encontramos en el racismo y la xenofobia, que originan como respuestas, el rechazo, el desprecio y la violencia («La diferencia insoportable» en este mismo blog).

Ese otro cuya raza, credo, color y costumbres son distintas muestra más directamente lo insoportable de la diferencia como consecuencia del fracaso de la identificación.

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