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Toxicomanía y psicoanálisis quizás no conformen la pareja de baile más avenida, pero desde luego dejan muchas reflexiones a quienes consideren sus andares. Las dificultades técnicas para el abordaje del discurso toxicómano no pueden negarse desde cualquier encuadre, tampoco desde el psicoanálisis. Alto es el fracaso cuando el adicto no se encuentra en la posición de sujeto deseante, sino más bien de un objeto consumido por su Amo, la droga. El sufrimiento, la desesperación y generalmente la presión familiar tampoco colaboran, parten de una equivoca premisa según la cual el único objetivo debe ser, que deje de drogarse, precisamente lo último que quiere el paciente quien se siente más cómodo en el campo de la acción, que en el de la palabra. La adicción cuestiona en este punto el carácter metafórico del síntoma y consecuentemente la posibilidad de ser descifrado por medio del lenguaje. Cuando el toxicómano consume, no establece una solución de compromiso como en el síntoma freudiano, sólo está buscando la satisfacción inmediata. Tampoco colaboran un narcisismo desbocado, la pregnancia del goce,  el pasaje al acto, el entorno social (familias carenciadas o desestructuradas, más toxicómanos, la sociedad de consumo, invitando al consumo y a la satisfacción perversa que apunta a lo imaginario…) o la «necesidad» física o psíquica que puede nombrar la relación del sujeto con el agente tóxico. El verdadero desafío para el psicoanálisis  consiste en conseguir acceder al sujeto oculto tras el goce y posicionado así como objeto, secuestrado por su Amo.

En «La dinámica de la transferencia» texto de Sigmund Freud escrito en 1912, describe la importancia de la relación entre el terapeuta y el paciente, condición esencial para el avance de la cura. Cuando alguien se dirige en busca de consejo a un experto, sea psicólogo, psiquiatra, abogado etc lo hace «creyendo» que el otro sabe que ocurre y como resolverlo, le transfiere un lugar de conocimiento, de saber. Es necesario que, como diría Lacan más tarde, el paciente haga una suposición de saber y la coloque sobre el analista. En el caso de la toxicomanía, puede ocurrir que el analista sea degradado de entrada, quedando el lugar de saber del lado de la droga. La familia, el entorno social, el sistema sanitario, todos quieren como primer objetivo que el sujeto deje de consumir. La preocupación prínceps para el psicoanalista debe ser llegar a un sujeto que sufre y entender que papel ocupa el tóxico dentro de su historia, antes de erradicar el consumo será necesario llegar a la persona, ponerlo a hablar de su vida, de lo que le pasa. Antes de curar hay que escuchar, aunque pueda parecer paradójico.

Por otra parte la estructura que caracteriza la adicción, está marcada por el fracaso en la constitución del narcisismo y consecuentemente en la relación con el Otro materno. Así se da una gran adherencia a los objetos de goce inmediato como el «camello» y la propia sustancia a consumir. Otra dificultad para que busque ayuda y/o admita recibirla. El placer, la satisfacción de los deseos requiere un recorrido por lo simbólico, por la cadena de significantes, estar dentro de la Ley y por lo tanto aceptar que «todo no puede ser». Aceptar la castración. Sin embargo el acting que pone en práctica quien consume, no pasa por la espera, el esfuerzo y la recompensa, el trabajo, implica un placer inmediato  por el que no se ha pagado simbólicamente más, que con dinero. «El imperativo al consumo existente en la sociedad actual, agrava el problema de la toxicomanía, pues la lógica consumista muestra la promoción del goce, volviendo abundante una oferta fácil, rápida y disponible» (Oliveira, 2010). Si la droga no lleva al sujeto a la muerte, antes o después acaba llevándolo a la frustración, ese es el momento más propicio para la intervención terapéutica. Debe salir del lugar de esclavo y víctima de la sustancia que lo convoca y colocarse en el lugar de la responsabilidad e implicación, lo que permitirá al sujeto preguntarse el por qué de su vínculo e iniciar el camino para dejarlo atrás.

El objetivo de un tratamiento psicoanalítico de la toxicomanía no es pautar el comportamiento del adicto ni imponer una abstinencia que el no desea, sino llegar al sujeto que se esconde tras su objeto de goce, crear una vía transferencial que ponga el saber del lado del analista y comenzar a hablar de su mundo, de su vida, de las verdaderas razones de su padecer. Cambiar la relación con el goce (una forma patológica de obtener satisfacción) por el camino del deseo. Normalizar la vía de acceso al placer por medio del esfuerzo y posterior recompensa, o sea dentro de la Ley (registro paterno) y no en función «al todo es posible» (registro materno). El paciente llega en posición de objeto no de sujeto. La terapia psicoanalítica apostará en primer lugar por crear un sujeto, desde donde el toxicómano se pueda posicionar para decir que «no» al consumo.

Se trata de profundizar más allá de la historia del sujeto con la droga, para ir a buscar al sujeto y que pueda contar su historia. Es la única que puede tener interés, la otra es repetida, aburrida y siempre con el mismo final.

Referencias

Freud, Sigmund (1912) «La Dinámica de la transferencia»

Oliveira, L.A. (2010) «Toxicomanía y Gozo» Psicología e Revista

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