Como decía Saint-Exupèry, lo esencial es invisible a los ojos.
Como afirma el psicoanálisis, la verdad es inconsciente y como todos
comprobamos a diario, muy poco es aquello que los humanos podemos controlar de nuestra vida y del escenario donde ésta ocurre. La imperfección garantiza que cada acto esté supeditado a lo imponderable. Así voluntad e intención se alimentan mutuamente y arrojan al sujeto solo pertrechado con su deseo, al caos impredecible de los acontecimientos venideros. Si estas escasas fuerzas de que disponemos movieran montañas, el Everest estaría en Pinto, lo que me permitiría verlo desde la ventana de
mi casa.
Como el agua o la arena escapan de la custodia de unas manos, que
aunque firmemente entrelazadas y prietos los dedos, no pueden retenerla, así escapa el tiempo de nuestro control.
Como una mariposa muerta clavada con un alfiler es la obra fallida que intenta conservar la belleza, de igual forma, un papel con números colgado de la pared y llamado calendario, no gobierna el tiempo. Desde el comienzo (al menos según lo que los científicos creen saber y con permiso de agujeros negros, agujeros de gusano, materia oscura etc), éste discurre exactamente igual, sin alteraciones, sin comenzar ni acabar. Sin embargo el ser humano ha cuadriculado el tiempo dividiéndolo en infinitos compartimentos, los arrebolados amaneceres, los sonidos inquietantes de la noche, el cenit en un día de calima, todo se convierte en la posición de una pequeñas agujas corriendo alocadas (como el conejo relojero de Alicia) sobre una esfera plana.
Como entonces no serían posibles “la hora señalada”, “el siglo de las luces”, un “minuto de silencio” o …. “el año nuevo”?
“El tiempo va sobre el sueño
hundido hasta los cabellos
Ayer y mañana comen
oscuras flores de duelo.”
Federico García Lorca
“La leyenda del tiempo”